Te grito ahogada de dolor. Te grito a vos, le grito a todos pero te grito a vos. Busco lastimarte con las palabras saliendo como cuerdas rotas. Advierto el exceso pero no puedo parar. Ahogada, sí. En ese exacto momento en el que el reproche propio no me deja respirar.
NO VALES NADA. NO VALES NADA. NO VALES NADA. NO VALES NADA. Es domingo y me convenzo: NO VALES NADA. Es una madrugada cruel, vamos a pernoctar en la miseria y a gritarnos los fantasmas. Las venas abiertas de ira. NO VALES NADA. Llena de distancia. NO VALES NADA.
Grito con el deseo carnívoro que despelleja lo poco que queda y me tumbo en la cama a observar los restos, pequeños pedazos de mí.
Yo sé que convivo con esta tormenta desquiciada dentro, con ese zarpazo desmedido. Solo puedo arrojarte una mirada agotada de ojos destrozados y apoyar mi cabeza en tu pecho para lamer las heridas de esas guerras despiadadas conmigo misma. Besarte pidiendo una disculpa que tampoco creo merecer, sobre todas las cosas cuando la disculpa más imposible es la propia.
Gracias por guardarte la pena y la lástima. Y por las verdades de a cuotas.
Cuando estoy abierta y descarnada, cuando sangro tripas desde las entrañas. Gracias por prestarme tus ojos cuando no quiero verme sonreír.